La Gravedad y La Gracia

Simone Weil

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Leer en el umbral

Hay libros que no se leen, sino que se dejan leer en uno. Libros que no llegan para ser comprendidos, sino para quedarse haciendo silencio. La gravedad y la gracia, de Simone Weil, es uno de ellos.

No es un tratado. No es una suma teológica. Es el cuaderno de una conciencia al límite. Simone Weil no escribió para convencer a nadie, ni siquiera para explicarse. Escribía —como se reza— de rodillas. Lo que aquí se recoge son fragmentos, epigramas, fogonazos de claridad y abismo. No hay sistema, pero sí una arquitectura invisible: la del alma que quiere desaparecer para que algo —Alguien— la habite.

Vivimos bajo la ley de la gravedad: del ego, del deseo, del sufrimiento, del mundo que se impone. Pero Weil nos recuerda que hay otra fuerza, silenciosa, inmerecida, incondicional: la gracia. Esa que no se exige, sino que se espera en desnudez, en atención pura, en despojo.

La gravedad y la gracia no consuela. No alivia. Pero revela. Y al hacerlo, deja una grieta por donde entra una luz que ya no se puede ignorar.

Inauguro aquí una serie de entradas breves —lecturas, ecos, quizás oraciones— a partir de este libro. No para explicarlo, sino para quedarme con él un rato más. Para que, tal vez, algo de lo que lo atraviesa nos atraviese también.

Porque como escribió Weil:

“Aceptar que la necesidad sea lo que es, es fe. La gravedad no es una ilusión. Pero no es todo.”

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